¿Os suena esta frase? Si no la habéis escuchado nunca es porque de pequeñ@s erais unos tragones, pero no fue mi caso. Yo era muy mala comedora y mis padres me repetían esta frase una y otra vez, tanto que se me quedó grabada en el subconsciente. Algunas veces incluso me llevaban al parque, a ver si de esa manera me quedaba entusiasmada mirando los patos y comía algo de esas odiosas papillas. Pero no siempre lo conseguían…
Más adelante, ya en la adolescencia, tuve problemas digestivos que me afectaban en el día a día y en mi estado de ánimo: dolor de estómago frecuente, hinchazón abdominal, malas digestiones… Con el paso del tiempo, normalicé estas sensaciones y dejé de darle importancia, tan solo vigilaba los alimentos que comía, evitando los que me sentaban mal. ¿Os sentís identificad@s?